La cafetería
esta medio vacía, pero la mesa de “los artistas” está llena, hablan y hablan,
no me extraña, nunca les faltan vinos que hacer espumosos, siempre están dispuestos
a una foto y todos desean un retrato, no les vale un recuerdo.
[Me susurro
entre dientes]
-(Has perdido hace tanto tiempo tus nombres, que cada vez te hablas más solo.)
-(Has perdido hace tanto tiempo tus nombres, que cada vez te hablas más solo.)
Doblo la columna
que esconde mi rincón, con Ramón meneando su bandeja, pisándome los talones.
-Está ocupado-
Me dice, señalándome
la puerta.
Le aparto la
mano y le digo…
-Ya lo he
visto, volveré más tarde-
Mi desayuno
se va hacer esperar, una pareja ha decidido utilizar mi esquina para regalarse
versos, pero están cerca de los besos, no tardaran en buscar un lugar para los
abrazos, se va hacer esperar, pero hoy, puede que desayune.
Salgo con
prisas por la puerta giratoria y me trastabillo. Ramón me saluda sonriente
blandiendo su bandeja, como retándome a volver y aviva el giro de la puerta.
Espero,
espero hasta que deja de girar, y la suerte me sonríe, se marcha la pareja
arrullada entre caricias, entro precipitadamente, esquivo hasta mi sombra y
sentando en mi mesa detrás de la columna, espero a Ramón y su bandeja
Sin darle
tiempo a articular palabra, sin mirarle, le mando. Tráeme un vaso de agua, para
bajar la comida de la invitación del bar de enfrente y un azucarillo para
endulzarla, te pediré el café en un rato.
Me pongo a
lo mío, desenfundo mis bolsillos, cae al suelo mi mechero, lo recojo mientras
abro lo justo la ventana para que ente aire y no se me vea desde fuera, y llega
Ramón con su bandeja.
-El vaso de
agua, el azucarillo y un servilletero, para el señor.
Quizá hoy tenga suerte y
le traiga un menú, con sopa y postre, y me deje una propina.-
Entra una
mesa elegante de cuatro despistados preguntado por los artistas del Gijón, Ramón
les sienta en la mesa de al lado, diciéndoles,
-El mayor
artista de esta ciudad se refleja en cualquier esquina- Y alejándose me guiña un
ojo.
Veo a todos
en el espejo, la ventana y la sonrisa de quien me regala tiempo y parte de su
espacio cuando puede.
Son ya casi
las doce y sin desayunar, necesito centrar las letras, no tengo mucho más de
media hora, se me echa el tiempo encima, los menús solo se pagan en otras mesas.
La esperanza
enfunda de valentía mi voz, y recito en voz alta:
Casi medio
siglo para reconocerme ignorante, medio siglo buscando en un reflejo,
buscándote en mi mirada.
Y tu,
siempre mirando más allá.
Ahora los
mapas de mi rostro ya no me engañan, después de medio siglo ya no te busco. No
has estado en cicatrices ni arrugas, ahora, ya no busco el llavero del destino,
te he escondido por algún lado.
[Entre
dientes susurro]
- (Esperas mi alma encarcelada en vano)[Alguien toca mi hombro por fin, después de tanto tiempo]
-Amigo poeta, otra vez divagando?
[Entre dientes susurro]
- (Hablando con dios y conmigo del destino)
[Le contesto]
- Si me pagas un café te lo cuento, con una sopa te lo recito, con un postre, lo leemos en voz alta por dentro.
Otra vez solo frente al espejo, caliento mis manos con la taza, doy un sorbo y exclamo.
- !Gracias mecenas, te espero otro día!
Tomo en mi mano la pluma, despliego y plancho una servilleta sobre la mesa, y escribo...
Las doce y
media y solo un café, triste destino.
Ella, mi
esperanza, me mira a través del espejo, y me susurra:
-Mecenas en
la sombra, para verte recitar sentado a esa mesa tu divagar, con medio
sobrecito de azúcar en las venas. Y otear en el horizonte de tu mirada ese
medio siglo, mezclado al trajín del ir y venir de los que impúdicamente se
pasean ante ti, ante mí, en esa cafetería del centro de nuestro universo.-
Le contesto hablando
más conmigo que con ella.
-Planchemos
cuantas servilletas tengamos a nuestro alcance, dejemos resbalar la arena de
nuestro reloj de momentos, tracemos sombras a lápiz, las plumas siempre nos
abandonan en el vagón de un tren a ninguna parte.
Recitemos cincuenta años más si hace falta.
Hasta que nos den la vuelta.-
Recitemos cincuenta años más si hace falta.
Hasta que nos den la vuelta.-
Y aun así me
responde
-Ya somos
esa vuelta, creo yo. Somos las dos caras de aquella moneda que, saltando en el
aire, va a caer en el mármol, junto a las tazas vacías... propina de nuestro
propio arte.-
Como le
explico a la sonrisa de la bandeja de Ramón, que a mí no me importaría quedarme
sin desayunar, mientras tenga servilletas y una ventana abierta, a la mirada de
la esperanza que escribe a todos mis nombres.
Triste destino.
Por haber dormido tantas veces con mi
soledad,
he conseguido de ella casi una amiga,
una dulce costumbre.
Ella no me deja dar ningún paso ,es
como una sombra fiel.
Me ha seguido aquí y allá, en las
cuatro esquinas del mundo.
No, yo nunca estoy solo con mi
soledad.
Cuando está en el hueco de mi cama,
toma todo el espacio,
Pasamos largas noches, los dos cara a
cara.
Realmente no sé hasta donde irá esta
cómplice
Tendré que hacerme a ella o reaccionar
?
No, nunca estoy solo con mi soledad.
Por ella he aprendido tanto como
lágrimas he derramado
Si a veces la repúdio, ella nunca me
desarma.
Y si yo prefiriese el amor de otra
cortesía,
Ella estará ahí en mi último día, mi
última compañera
No, nunca estoy solo con mi soledad.
No, nunca estoy solo con mi soledad.
23 de mayo de 2013, homenaje a Georges Moustaki, un gran vagabundo, que nunca estará solo.
Veo un tren a lo lejos.
Te encontraré, rayo.